
A veces cambiar de lugar es duro. Eso implica temores, inquietudes...
Yo fuí recogida por mi amo estando en la calle. Le convencí para que me acogiera.
Estaba hasta los bigotes de los cartones, de los camiones de la basura, de
los niños que no paraban de tirarme de la cola mientras comía tranquilamente.
Pero finalmente, terminó el suplicio. Me subí a la falda de un chico y como
aquella que no quiere la cosa, como si nos conociéramos de toda la vida
le musité con mi lenguaje gatuno que me subiera a su piso, que quería estar calentita.
Y así empezo todo. Mi vida dió un vuelco y ya no he vuelto a pasar frío, ni hambre, ni
miedo. Ahora, a veces paso soledad. No veo a los gatos del barrio. El se va temprano y
llega cuando el sol ha caído. Pero, bueno, no se puede tener todo...caray!